Blanco&negro
OPINIÓNA la fiscal hay que juzgarla por sus actos y no por su vida privada. Pero también ella tiene que ser sincera cuando un tema personal aflora en la palestra pública.
La vida íntima de la fiscal
Por María Jimena Duzán
Sábado 30 Abril 2011
"¿Cuál es el poder que tiene en las decisiones de la Fiscalía el excongresista y exmiembro del M-19 Carlos Alonso Lucio, exesposo de la fiscal Viviane Morales?".
Esa duda la planteó Gustavo Petro hace unos días en unas declaraciones que concedió a El Tiempo en las que dio a entender que en esa Fiscalía las decisiones no las tomaba ella,
sino los hombres que la tenían subyugada. Y digo hombres, porque Petro también dijo que el expresidente Samper ejercía sobre ella el mismo poder.
Esa duda la planteó Gustavo Petro hace unos días en unas declaraciones que concedió a El Tiempo en las que dio a entender que en esa Fiscalía las decisiones no las tomaba ella,
sino los hombres que la tenían subyugada. Y digo hombres, porque Petro también dijo que el expresidente Samper ejercía sobre ella el mismo poder.
No es la primera vez que a una mujer preparada como Viviane Morales, que ha demostrado su independencia y valentía, la señalan de ser una ventrílocua de los hombres con los que ella tiene una relación ya sea social o íntima. Hasta en los medios pasa eso: cuando un hombre escribe un sesudo artículo o una columna y manda unos dardos nadie la descalifica con el argumento de que fue hecha por influencia de otra persona, pero cuando una mujer lo hace, casi siempre se le intenta desvirtuar con el argumento de que actuó bajo la influencia de un asesor masculino.
Ese mismo rasero, que demuestra el peso que todavía tiene en la sociedad la cultura patriarcal, se le está aplicando a Viviane Morales. Sus detractores, como Petro, la están midiendo no por sus decisiones, sino porque a priori la consideran una minusválida mental, incapaz de emitir una decisión por sí misma. Bajo esta premisa, doctor Petro, todos los esposos de las ministras estarían bajo sospecha y se daría por sentado que las mujeres no podrían asumir cargos de importancia en el Estado porque siempre estarían manejadas por sus maridos, sus novios, sus amantes o sus amigos cercanos.
Si la fiscal fuera un hombre, ese tipo de dudas no las hubiera planteado Petro. Que yo recuerde, él nunca cuestionó al fiscal Iguarán por sus famosos bacanales ni por tener en la nómina de la Fiscalía a personas sentimentalmente cercanas, haciendo y deshaciendo como se le viniera en gana. Tampoco recuerdo que hubiese cuestionado la capacidad de toma de decisiones de Iguarán por cuenta de sus problemas íntimos, como tampoco nadie le preguntó a Lucho Garzón cuando era alcalde con quién salía, ni si sus novias tenían una influencia en sus decisiones.
Obviamente este tema no solo tiene un tufillo machista que hábilmente Petro quiere plantear bajo un ropaje altruista; también tiene que ver con un debate que poco se ha dado en el país y que está relacionado con la vida privada de los funcionarios públicos. ¿Hasta dónde llega? ¿Cuál es la frontera?
En este caso, el tema para la fiscal Morales no es fácil. Carlos Alonso Lucio no es un dechado de virtudes, ni mucho menos. Su trayectoria política denota que no tiene fronteras éticas y que sin sonrojarse ha ido de un extremo al otro: de abrazar la lucha armada como guerrillero del M-19 -pasó por el Congreso- llegó a convertirse en un defensor del ideario narcoparamilitar y en uno de sus asesores mejor pagados en las negociaciones fraudulentas de Ralito. A Lucio no le importó recibir el dinero fruto de expolios ni de masacres en las que murieron miles de colombianos inocentes, hechos criminales que son materia de investigación por parte de la Fiscalía.
Es lógico que una persona con esta trayectoria tan controvertida dispare las alarmas, y en ese sentido yo sí sería partidaria de que la fiscal le aclarara al país si es cierto el rumor según el cual otra vez están sentimentalmente unidos. Y no porque yo quiera meterme en su vida privada, la cual respeto y defiendo, sino porque su silencio puede terminar afectando no su capacidad de decisión, de la cual no dudo, sino su credibilidad. No le queda bien dar la sensación de que nos está diciendo una mentira o de que está evadiendo el tema cada vez que los medios se lo preguntan, como sucedió esta semana cuando Darío Arizmendi la increpó y ella dijo que no respondía esa pregunta porque eso era resorte de su vida privada.
En el caso de que ese rumor sea cierto, eso no la descalifica para ser una fiscal autónoma ni independiente, como tampoco es motivo para llevarla a la hoguera, como quiere hacerlo ese nuevo inquisidor en que se ha convertido Gustavo Petro.
A la fiscal hay que juzgarla por sus actos y no por su vida privada. Pero también ella tiene que ser sincera cuando un tema personal aflora en la palestra pública.
Ese mismo rasero, que demuestra el peso que todavía tiene en la sociedad la cultura patriarcal, se le está aplicando a Viviane Morales. Sus detractores, como Petro, la están midiendo no por sus decisiones, sino porque a priori la consideran una minusválida mental, incapaz de emitir una decisión por sí misma. Bajo esta premisa, doctor Petro, todos los esposos de las ministras estarían bajo sospecha y se daría por sentado que las mujeres no podrían asumir cargos de importancia en el Estado porque siempre estarían manejadas por sus maridos, sus novios, sus amantes o sus amigos cercanos.
Si la fiscal fuera un hombre, ese tipo de dudas no las hubiera planteado Petro. Que yo recuerde, él nunca cuestionó al fiscal Iguarán por sus famosos bacanales ni por tener en la nómina de la Fiscalía a personas sentimentalmente cercanas, haciendo y deshaciendo como se le viniera en gana. Tampoco recuerdo que hubiese cuestionado la capacidad de toma de decisiones de Iguarán por cuenta de sus problemas íntimos, como tampoco nadie le preguntó a Lucho Garzón cuando era alcalde con quién salía, ni si sus novias tenían una influencia en sus decisiones.
Obviamente este tema no solo tiene un tufillo machista que hábilmente Petro quiere plantear bajo un ropaje altruista; también tiene que ver con un debate que poco se ha dado en el país y que está relacionado con la vida privada de los funcionarios públicos. ¿Hasta dónde llega? ¿Cuál es la frontera?
En este caso, el tema para la fiscal Morales no es fácil. Carlos Alonso Lucio no es un dechado de virtudes, ni mucho menos. Su trayectoria política denota que no tiene fronteras éticas y que sin sonrojarse ha ido de un extremo al otro: de abrazar la lucha armada como guerrillero del M-19 -pasó por el Congreso- llegó a convertirse en un defensor del ideario narcoparamilitar y en uno de sus asesores mejor pagados en las negociaciones fraudulentas de Ralito. A Lucio no le importó recibir el dinero fruto de expolios ni de masacres en las que murieron miles de colombianos inocentes, hechos criminales que son materia de investigación por parte de la Fiscalía.
Es lógico que una persona con esta trayectoria tan controvertida dispare las alarmas, y en ese sentido yo sí sería partidaria de que la fiscal le aclarara al país si es cierto el rumor según el cual otra vez están sentimentalmente unidos. Y no porque yo quiera meterme en su vida privada, la cual respeto y defiendo, sino porque su silencio puede terminar afectando no su capacidad de decisión, de la cual no dudo, sino su credibilidad. No le queda bien dar la sensación de que nos está diciendo una mentira o de que está evadiendo el tema cada vez que los medios se lo preguntan, como sucedió esta semana cuando Darío Arizmendi la increpó y ella dijo que no respondía esa pregunta porque eso era resorte de su vida privada.
En el caso de que ese rumor sea cierto, eso no la descalifica para ser una fiscal autónoma ni independiente, como tampoco es motivo para llevarla a la hoguera, como quiere hacerlo ese nuevo inquisidor en que se ha convertido Gustavo Petro.
A la fiscal hay que juzgarla por sus actos y no por su vida privada. Pero también ella tiene que ser sincera cuando un tema personal aflora en la palestra pública.
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