miércoles, 26 de marzo de 2014

Blanco&negro

25 marzo 2014

La izquierda: el fin de un ciclo

Por Yezid ArtetaVer más artículos de este autor 

OPINIÓNMás que la industria de la derecha, es la propia industria de la dirigencia de la izquierda la responsable de esta deriva

La izquierda: el fin de un ciclo.

Foto: SEMANA

La izquierda colombiana está siendo desbordada por la realidad política. El revés electoral y la derrota de Petro cierra, a mi modo de ver, uno de los mejores y controvertidos ciclos de la izquierda en lo que va corrido del siglo veintiuno. 

La izquierda de finales de
l siglo pasado fue colapsada mediante una mortífera industria de asesinatos controlada por poderes perversos. En cambio, ahora, el colapso tiene que ver con el pobre entendimiento que de la realidad tienen los dirigentes que, el caprichoso destino, colocó para que tiraran del carro de la izquierda.

Entre la izquierda derrotada se vuelve un déjà-vu el estribillo de la abstención, la compra de votos, la injusta ley electoral, la falta de garantías, el monopolio de los medios de comunicación, en fin, los sempiternos pretextos para justificar las tareas mal hechas. Son realidades, pero a medias. 

Realidades a medias porque toda esa basura también ha sido derrotada cuando el mensaje ha sido claro y atractivo. El M-19 se quedó con un tercio de la Asamblea Nacional Constituyente en las elecciones del 9 de diciembre de 1990. La Unión Patriótica ganó limpiamente en muchos de los feudos podridos de departamentos como Meta, Caquetá, y Antioquia. Carlos Gaviria, candidato único de la izquierda, se impuso al mejor Uribe en La Guajira, tierra árida donde las campañas electorales se hacen con una pistola en la pretina; y en el Atlántico, allí donde la compra venta de votos hace parte de la pintoresca local, estuvo muy cerca de ganar.

Carlos Gaviria, el humanista de la melena blanca, en el 2006 haló del carro sin ambigüedades y sin oportunismo. Un solo carro, un sólo discurso. De esta manera se hizo con los votos de los indígenas, derrotó a los ultraconservadores de Nariño y dobló en resultados a los liberales que apoyaban a Horacio Serpa y que, al día de hoy, gobiernan con Santos. Fue sin duda una operación esperanzadora para una izquierda resignada a errar por el desierto. Eran los tiempos en que Petro se coronaba como el campeón en el Congreso y los portales especializados lo mostraban como el colombiano más codiciado por el veleidoso mundo de la política.

La izquierda colombiana son como las orquestas de salsa: graban un álbum exitoso y luego cada uno arma un combo aparte. Mientras el pasado 9 de marzo miles de colombianos soñaban con una lista única al Senado, unos cuantos fanfarrones se dieron a la tarea de hacer lo contrario: tirar cada uno por su lado. Las ilusiones de la gente que veía en las pasadas elecciones una posibilidad de enderezar los entuertos de la economía y la política, se vieron arruinadas.

Una guerra de todos contra todos. Eso ha sembrado la dirigencia de la izquierda en los últimos años y vaya cosecha que han recogido: unas curules en el Senado que se cuentan con los dedos de una mano. Unos cuantos locos tirándole piedras a los aviones.

El mandato desde abajo era uno: todos en el mismo carro. Pero cada grupo hizo lo suyo para que así no fuera. El Polo, como en los tiempos de los 'ismos', expulsaban gente. Los comunistas deshojaban la margarita sin saber en dónde quedarse hasta el minuto noventa del partido. Los Progresistas buscando alianzas a la diabla, sin criterio. La Unión Patriótica no mostraba caras nuevas como mandaban los nuevos tiempos. Los aparatos políticos montaban sus candidatos mientras los líderes de las revueltas y los paros no pintaban en las listas. Algunos proclamaban el abstencionismo cuando se requerían votos. 

Esta maldita dispersión es también una de las causas por la cual no se pudo defender a Petro como es debido: con una revolución callejera, con resistencia pacífica. Sólo quedó el camino leguleyo. Tutelas, recursos, medidas cautelares. En fin, todo ese laberinto de normas que en Colombia se vuelve papel mojado en la hora en que el neumático se afirma contra el asfalto.

La anunciada alianza entre el Polo y la Unión Patriótica para las presidenciales es buena pero llega tarde. No queda nada que raspar en la olla. Más que la industria de la derecha es la propia industria de la dirigencia de la izquierda la responsable de esta deriva. La firma del procurador Ordóñez ha servido para medir el aceite de la izquierda y sus aliados: flacuchentos y débiles.

Termina un ciclo pero hay que preparase para el que viene. La lucha política es una herida que nunca cicatriza. Para empezar no estaría mal una renovación. De caras e ideas. Resetear el computador para volverlo creíble y funcional.

El voto en blanco en las elecciones para elegir al nuevo alcalde de Bogotá puede convertirse en un hilo de unión de la izquierda con otra gente que no le gustó el coup d'État contra Petro. Las esferas que urdieron la destitución de Petro pueden ser derrotadas en las urnas: en este caso el voto en blanco adquiere un valor decisivo. Sería un buen comienzo. Luego, pueden llegar nuevos aires provenientes de las negociaciones que se adelantan con la guerrilla. Y el cuento de una Asamblea Nacional Constituyente que, a primera vista parecía una terca propuesta de la guerrilla, se vuelve una idea cada vez más cierta.

sábado, 1 de marzo de 2014

CARTA DE SILVIO RODRIGUEZ, CONTESTANDO CARTA DE RUBEN BLADES/ FEB.27 DE 2014

Blanco&negro

Silvio Rodríguez arremete contra Rubén BladesRúben,

Las verdaderas revoluciones son siempre difíciles. Che Guevara sabía algo de eso y decía que, en las verdaderas, se vence o se muere, porque una revolución no es una tranquila, pacífica obra de beneficencia, como cuando las encopetadas damas de la alta sociedad salen a hacerle caridad a los que no tienen justicia.
Una revolución es un vuelco, una ruptura, un abrupto cambio de perspectiva. Es cuando los oprimidos dejan de creer en que los que mandan –los que los oprimen– tienen la verdad de su lado, y piensan que el mundo puede ser diferente de como ha sido hasta entonces.
Pero claro que los opresores no se resignan a abandonar sus posiciones de dominio y luchan a vida o muerte por ellas, aunque aparentemente, los "otros" sean sus connacionales: enseguida se enajenan de la mayoría del pueblo, porque las revoluciones –no los golpes de estado– siempre son obra de la mayoría.
En un respetuoso diálogo con el presidente venezolano aunque no tanto con sí mismo, el cantautor Rubén Blades, hace años uno de los abanderados de la canción social en América Latina, expone su concepto de revolución:
Para mí, la verdadera revolución social
es la que entrega mejor calidad de vida a
todos, la que satisface las necesidades
de la especie humana, incluida la necesidad
de ser reconocidos y de llegar al estadio
de auto-realización, la que entrega oportunidad
sin esperar servidumbre en cambio.
Eso, desafortunadamente, no ha ocurrido
todavía con ninguna revolución[1].
Ni va a ocurrir en ninguna revolución verdadera, Rubén. No era sino la voluntad de mejorar la calidad de vida de la gente lo que inspiró la Reforma Agraria cubana, que entregó parcelas a miles de campesinos sin tierra y, esencial para procurar mejor calidad de vida, fue la alfabetización cubana de 1961,–porque no hay autorrealización sin saber leer–pero enseguida llegaron la invasión de Bahía de Cochinos y el bloqueo económico que es repudiado cada año en la ONU, aunque acaba de cumplir 52.
Me fascina esa idea de que una revolución social "satisface las necesidades de la especie humana", y claro que eso solo lo hace una revolución cuando se la ve históricamente: no habría democracia ni derechos humanos sin la prédica de los iluministas: sin Voltaire, Montesquieu, Rousseau, pero los que llevaron adelante esas ideas en la práctica social, los que las impusieron como "necesidades de la especie humana" –Danton, Marat, Robespierre , porque las monarquías gobernaban por derecho divino– guillotinaron a la aristocracia francesa que se rebeló contra ellas, la aristocracia que ahogaba en sufrimientos, en miseria los derechos de lossans culottes, acaso los que Evita Perón llamó en su momento "los descamisados" y Martí "los pobres de la tierra".
El tiempo ha pasado, nos recuerda Blades, pero los derechistas venezolanos llaman "los tierrúos" a esos pobres sin zapatos que ellos explotan en el siglo XXI. Es imposible que una revolución haga felices a los dos grupos, porque la revolución va a dar justicia, y hacer justicia no es una fiesta de cumpleaños.
Es decir que nunca ha habido una revolución social como entiende Blades que debe ser. ¿Será que él no sabe lo que es una revolución social? Según se deduce de lo que escribe, no lo la sido ni la inglesa, ni la francesa, ni la rusa, ni la mexicana, ni mucho menos la cubana que lideró Fidel Castro. Presumo que tampoco la venezolana de hace doscientos años, pese a que Blades escribe de esa Venezuela que ama como "el pueblo de Bolívar". Y ¿qué hizo el Libertador? ¿Una tranquila y plácida obra de bienestar social? No gritó Patria o Muerte, sino que firmó un decreto de guerra a muerte para los enemigos de la patria, que eran los de la revolución.
Blades no sólo lo proclama ahora en esa respuesta a Maduro, sino que lo cantaba en sus canciones latinoamericanistas: "de una raza unida, la que Bolívar soñó". Entonces, ¿el intento de realizar el sueño de Bolívar no es el proceso integrador que emprendió Chávez, y que enfrenta a un imperio que nos quiere divididos, sino que únicamente servirá para mover el culo bailando salsa? Y cantar a voz en cuello: "A to'a la gente allá en los Cerritos que hay en Caracas protégela". A "to'a esa gente" la protegen, además de María Lionza, los médicos de Barrio Adentro, porque esos que gritan y agreden en las calles no se ocuparon jamás de la salud de los venezolanos humildes.
Tal vez fue María Lionza la que los mandó a bajar de los Cerritos, cuando el golpe de estado de abril de 2002, para sitiar el ocupado palacio de Miraflores y exigir el regreso del presidente que habían elegido. No te dejes confundir, Blades, "busca el fondo y su razón", y trata de entender las revoluciones de la historia, no las que soñamos para tranquilizarnos.
Para Blades, el programa político del chavismo "obviamente no es aceptado por la mayoría de la población". Lo que quiere decir que la mayoría que eligió a Maduro, no lo es. Blades ignora las 18 elecciones ganadas por el chavismo y el casi 60% de votantes que el PSUV obtuvo en las elecciones de diciembre–que la derecha dijo que sería un plebiscito–y declara mayoría a los representantes de la vieja derecha derrocada por Pablo Pueblo, porque ese hombre –nos recordó Neruda–despierta cada doscientos años, con Bolívar.
Me recuerdo a mí mismo, en los años setenta, en el antiguo apartamento de Silvio Rodríguez, con su puerta negra en la que había golpeado el mundo, descubriendo los primeros trabajos de Rubén Blades con la orquesta de Willy Colón. Nos encantábamos de encontrar una salsa patriótica, "La maleta", aunque sabíamos que no eran ideas unánimes entre los latinoamericanos. Ninguna idea hondamente renovadora consigue apoyo unánime, al menos cuando aparece: el poder establecido –eso que los norteamericanos llaman stablishment–tiene muchos resortes, muchas maneras de "convencer", de imponer sus intereses, y sabe que son pocos los que no ceden ante ellos.
Una cosa es cantar y otra vivir lo que se canta, y cantarlo en todas partes. Tengo vivo el recuerdo de ese extraordinario salsero que es Oscar D'Leòn, cantándole, en los años ochenta, a un público cubano que lo adoraba, que llenaba un coliseo de 15 mil localidades para escucharlo y cantar con él. Lo recuerdo feliz, arrojándose al suelo del aeropuerto de La Habana para besar la tierra de la isla al partir y, a las semanas, lo vi abjurando de su viaje a Cuba, cuando los magnates del disco en el Miami contrarrevolucionario, lo acusaron de comunista por cantar en La Habana, y amenazaron con cerrarle todas sus puertas, que eran también las más lucrativas de su realización como artista.
Oscar sabía que esa derecha, esa burguesía –y mucho menos el poder imperial que tenían detrás– no bromeaban: a Benny Moré, que era el mejor cantante de América Latina, la RCA Víctor no le grabó un disco más cuando decidió quedarse a vivir y a cantar en la Cuba revolucionaria.
Todo me lo explico, pero tengo la tristeza de que ya no podré escuchar a Rubén Blades como ese cantor de nuestra América que quiso ser.

La Habana, febrero 27 de 2014

CARTA DE RUBEN BLADES A LOS VENEZOLANOS/FEB 25 /2014

Blanco&negro

Febrero 25 de 2014
Por: Rubén Blades

La carta de Rubén Blades a Venezuela
Venezuela
Aún cuando no he nacido en Venezuela, siento respeto, afecto y agradecimiento hacia esa Nación y su gente. Por eso considero oportuno esbozar una opinión acerca de la situación que actualmente atraviesa el hermano país. Entiendo perfectamente que la posición por mí expresada no ha de satisfacer a algunos, pero eso no es de extrañar. Es precisamente la intransigencia, lo que define a los grupos en pugna, gobierno y oposición.
Estas dos facciones políticas han tenido, cada una en su momento, la oportunidad de servir realmente al país, pero han fallado, tal vez porque cada una ha preferido servir a sus propias agendas, fracasando en el intento de integrar al país mayoritario. Es quizás por esa razón que los argumentos que esgrimen los representantes de ambos bandos, suenan demagógicos a los oídos independientes. Ninguno de los dos posee realmente el apoyo mayoritario, de allí la parálisis. Ambos argumentos poseen un pedazo de la verdad, pero ambos se rehusan a unirlos para crear el terreno común que permita concertar una propuesta para todos los venezolanos.
El país está tristemente polarizado y por eso hoy Venezuela duele. La aparente ausencia de una solución se debe a la falta de un liderazgo que establezca un propósito de lucha que unifique al país, en lugar de dividirlo. Si estás a favor de la oposición, eres un burgués parásito, agente de la CIA, vendido al Imperio. Si favoreces al gobierno eres un comunista, maleante, vendido a Cuba y a los Castro. Ninguna de estas definiciones habla de Venezuela y de su necesidad. Solo pintan el odio y la expectativa
personalista de quien esgrime el argumento, impidiendo la posibilidad de un diálogo inteligente y patriótico.
El gobierno ha fallado monumentalmente en la tarea de la administración publica y ha despilfarrado de manera insólita e irresponsable, un caudal económico único en la América Latina. Intenta consolidarse cambiando leyes y ajustándolas a su argumento ideológico, censurando de paso a quienes no opinan o acatan la línea que pretende imponer. Maduro, de quien se dice es heredero de a dedo y con apoyo derivado, no parece poseer la suficiente claridad, sagacidad y manejo que requiere un mandatario para dirigir un país tan complejo.
Capriles, por otro lado, no tiene el carisma ni el planteamiento programático que convenza a la enorme cantidad de escépticos e independientes, sin mencionar al sector popular que lo identifica como heredero de las políticas rapaces de los Adecos y Copeyanos de antaño, descalificándolo como opción. Esa falta de confianza en su persona, parece impedirle ganar el apoyo de otros sectores que ya no gustan del actual gobierno y sus ejecutorias.
La necesidad de nuevos protagonistas que planteen una agenda objetiva y patriótica, no demagógica o ideológica, es vital en estos momentos. Por eso iniciativas como la de los estudiantes, la formación de grupos verdaderamente independientes, puede resultar el inicio de un movimiento que permita a la razón nacional, superar la rabia partidista y el odio de clases.
En Panamá ocurrió algo semejante. Recuerdo que en el tiempo de la dictadura de Noriega, algunos grupos de la oposición al régimen me atacaron por no unirme a ellos. Incluso llegaron a acusarme falsamente de apoyar al dictador, e incluso de formar parte del gobierno militar. Imagino que en igual situación se encuentran muchos venezolanos que rehusan participar incondicionalmente, o se niegan a endosar las exageraciones, calumnias, frases panfletarias y demás formas con las que la politiquería tradicional pretende conquistar adeptos, tácticas que tanto gobierno como oposición, han utilizado ayer y hoy.
A estas alturas, me resulta verdaderamente incomprensible cómo ha ocurrido que un país con tanto recurso natural y humano, con tanta calidad, nobleza y talento, se encuentre hoy sumido en una situación tan precaria, sin lograr comprender que cuando se cae en un hoyo, lo primero que se tiene que hacer para intentar salir, es dejar de cavar. Por esa razón, en estos momentos confío más en las posibilidades del argumento de los estudiantes, que en los de gobierno y oposición.
Con el cariño y respeto que le tengo a ese pueblo, me atrevo a sugerirle a los muchachos que preparen sus argumentos con objetividad, que se entreguen a la tarea de convencer a sus padres y vecinos, a lo largo y ancho de Venezuela, que se organicen al margen de la división estéril creada por gobierno y oposición, y hagan esos resultados públicos. Actúen con la madurez y capacidad demostrada por los músicos de El Sistema, carajitos claros.
Ojalá que logren sentar las bases para la discusión del país que puede ser, y no el que hoy pretenden forzar dos bandos en conflicto de intereses. Que no les obliguen a escoger entre alternativas como el cáncer o el ataque al corazón. Que los estudiantes del país, desde El Guajiro hasta Cumaná, planteen su agenda de vida y se la presenten a los dos grupos que hoy se debaten en pugna por el Poder. Díganles cuál es el país que quieren, y aclaren que no aceptarán como únicas alternativas, las propuestas por los dos bandos en disputa.
No existe ninguna duda de que el Presidente Maduro, como Jefe del Estado venezolano, debe hacerse responsable por la seguridad e integridad física del Sr. Leopoldo López, y de la misma manera, de todos los que en su legítimo derecho político, participen en las protestas. Pero también es necesario que los manifestantes no desaten la violencia. Deben argumentar en forma pacífica; el que tiene la razón no necesita gritar, o pegarle al otro para validar lo que dice.
Algunos pensarán que me inmiscuyo en asuntos que como panameño no me incumben. Me permito hacerlo por el afecto y apoyo que los venezolanos me han entregado durante más de 40 años, haciendo suyas la música y letra de mis canciones. Por esa entrega, los venezolanos están condenados a mi cariño y a mi respeto.
Viva Venezuela!
por Ruben Blades