Blanco&negro
INFORME ESPECIALLas emisiones de gases a la atmósfera alcanzaron un nuevo pico y el clima del planeta parece ya no tener arreglo. ¿Podrá el mundo rescatar la única herramienta que obliga a reducir la huella de carbono? Esta semana empieza la conferencia más trascendental sobre el cambio climático desde que se aprobó el Protocolo de Kyoto en 1997, la única herramienta internacional con la que cuenta el mundo para exigirles a los países desarrollados reducir la emisión de gases nocivos a la atmósfera y cuyo mandato termina en unos meses.
Durban, la última carta
En Kyoto, los países se impusieron una meta ambiciosa pero urgente: cortar en 5,2 por ciento la emisión de gases que calientan la atmósfera (entre ellos el CO2), cuyos múltiples efectos se resumen en uno solo: calentamiento global. En un hecho histórico en un foro mundial, aceptaron ser evaluados y sancionados en caso de incumplir sus metas.
El próximo año, estos países tendrán que pasar al tablero y ya se anticipa que varios de ellos, como Canadá, se rajarán en la tarea y otros, como Japón, pasarán raspando. Desde ya algunos, incluido Rusia, han anunciado que no tienen interés en extender las metas después de 2012, menos cuando los grandes contaminadores como Estados Unidos -que nunca ratificó el protocolo- o India y China, sin obligación de reducir emisiones, miran tranquilos desde lo alto de sus humeantes chimeneas.
Mientras las rivalidades políticas y la competencia económica bloquean cualquier avance, el planeta sigue sometido a un estrés sin precedentes. El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), el órgano científico con mayor credibilidad en el tema, advirtió la semana pasada sobre la alta probabilidad de que las temperaturas extremas aumenten en cerca de 3 grados para mediados de este siglo. La cifra disparó las alarmas: los científicos prevén que un aumento superior a 2 grados será como empujar la primera ficha de un dominó impredecible.
"Es claro que la Convención de Cambio Climático fracasó, aunque nadie quiera reconocerlo", dijo a SEMANA el exministro de Medio Ambiente Manuel Rodríguez Becerra, quien ha participado en varias negociaciones. "El objetivo central era frenar las emisiones de gases y eso ya no se logró".
El año pasado, la quema de combustibles fósiles, la tala masiva de bosques y selvas y el uso masivo de fertilizantes empujaron la emisión de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso a la atmósfera al nivel más alto que haya conocido el planeta, según la Organización Meteorológica Mundial (WMO), una agencia de Naciones Unidas.
Incluso los escépticos que alegan que el clima siempre ha sido caprichoso empiezan a reconocer que la vida humana en la Tierra está interfiriendo en la sutil mecánica del clima. Los efectos los leemos en la prensa todos los días: inundaciones por lluvias extremas como las que tienen por estos días en alerta al país, sequías severas como las que han padecido África del este y Rusia, aumento en el nivel de océanos cada vez más ácidos, huracanes más destructivos y pérdidas de reservas de agua como glaciares y páramos, que a su vez aumentan la erosión y los derrumbes. Con tierras inundadas o resecas, vendrán las migraciones masivas para buscar agua y alimentos. Muchos de esos "refugiados ambientales" irán por nuevas tierras o seguirán engordando las ciudades donde ya vivimos más de la mitad de los humanos.
"Estamos condenados si destruimos más bosques de los que ya hemos acabado", explicó a SEMANA Peter Bunyard, fundador de la revista británica The Ecologist. "El aumento promedio de 2 grados de temperatura en Colombia en las últimas décadas y la rapidez en el deshielo de los glaciares es en buena medida consecuencia de la deforestación, que ha acabado con el 50 por ciento de los bosques andinos en apenas medio siglo".
Poco optimismo
Casi nadie cree en la posibilidad de un Kyoto parte II, tras el fracaso por revivirlo en las conferencias previas en Copenhague y Cancún. Si en Durban los compromisos se renuevan hasta 2020 -el escenario más optimista pero el más remoto-, habrá un bache de varios años de firmas y arandelas que alargarían el vacío por varios años. "Ya no hay tiempo de poner la casa en orden", dijo Bunyard.
El bloqueo político surge en parte de la incongruencia entre la geografía de la negociación y la de las responsabilidades: China (el principal emisor de gases), Brasil (el principal talador de bosque tropical) e India (el segundo más poblado del mundo) juegan en el equipo de los países en desarrollo y sin obligaciones. Los desarrollados, como Japón, Canadá o los de la eurozona, no quieren someterse a reducir sus emisiones (y frenar el crecimiento de sus economías) si otros colosos contaminantes no se quitan el disfraz de oveja y entran en el juego. Ese es el mismo argumento que esgrimió hace 12 años Estados Unidos para no asumir esas obligaciones. Y de ahí nadie se mueve.
Ante la evidencia de un clima descompuesto y el impacto cada vez más trágico en la vida de la gente, los gobiernos tratarán de salvar la apariencia. El escenario más probable es que los países anuncien como gran victoria el asumir metas voluntarias de reducción de emisiones. En el fondo, ocultan la real derrota del sistema internacional. "Si no sirvieron las metas obligatorias, menos las voluntarias", dijo Rodríguez Becerra.
Del ahogado, el sombrero
Implícitamente, muchos países, entre ellos Colombia, reconocen que el mal ya está hecho y han cambiado el énfasis: en vez de apagar el incendio, aprendamos a vivir entre las llamas. "Nuestra posición es que la palabra adaptación debe ir con A mayúscula en las negociaciones", dijo una fuente de la delegación colombiana que pidió no ser nombrada.
Colombia y otros países del trópico que son más vulnerables a un clima extremo van tras el dinero y la tecnología. La mira está puesta en el Green Climate Fund, un jugoso fondo de 100.000 millones de dólares que prometieron financiar los países desarrollados para que los pobres sufran menos y cuiden, entre otros, las pocos bosques que aún albergan. Ban Ki-Moon, secretario general de la ONU, urgió hace pocos días a los países para que llenen cuanto antes las arcas de ese "cascarón vacío", pues bien sabe que medio mundo está quebrado.
Sin plata, sin tiempo y sin Kyoto, en la Conferencia de Durban los delegados del mundo no pueden permitirse, además, quedarse sin ideas.
El próximo año, estos países tendrán que pasar al tablero y ya se anticipa que varios de ellos, como Canadá, se rajarán en la tarea y otros, como Japón, pasarán raspando. Desde ya algunos, incluido Rusia, han anunciado que no tienen interés en extender las metas después de 2012, menos cuando los grandes contaminadores como Estados Unidos -que nunca ratificó el protocolo- o India y China, sin obligación de reducir emisiones, miran tranquilos desde lo alto de sus humeantes chimeneas.
Mientras las rivalidades políticas y la competencia económica bloquean cualquier avance, el planeta sigue sometido a un estrés sin precedentes. El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), el órgano científico con mayor credibilidad en el tema, advirtió la semana pasada sobre la alta probabilidad de que las temperaturas extremas aumenten en cerca de 3 grados para mediados de este siglo. La cifra disparó las alarmas: los científicos prevén que un aumento superior a 2 grados será como empujar la primera ficha de un dominó impredecible.
"Es claro que la Convención de Cambio Climático fracasó, aunque nadie quiera reconocerlo", dijo a SEMANA el exministro de Medio Ambiente Manuel Rodríguez Becerra, quien ha participado en varias negociaciones. "El objetivo central era frenar las emisiones de gases y eso ya no se logró".
El año pasado, la quema de combustibles fósiles, la tala masiva de bosques y selvas y el uso masivo de fertilizantes empujaron la emisión de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso a la atmósfera al nivel más alto que haya conocido el planeta, según la Organización Meteorológica Mundial (WMO), una agencia de Naciones Unidas.
Incluso los escépticos que alegan que el clima siempre ha sido caprichoso empiezan a reconocer que la vida humana en la Tierra está interfiriendo en la sutil mecánica del clima. Los efectos los leemos en la prensa todos los días: inundaciones por lluvias extremas como las que tienen por estos días en alerta al país, sequías severas como las que han padecido África del este y Rusia, aumento en el nivel de océanos cada vez más ácidos, huracanes más destructivos y pérdidas de reservas de agua como glaciares y páramos, que a su vez aumentan la erosión y los derrumbes. Con tierras inundadas o resecas, vendrán las migraciones masivas para buscar agua y alimentos. Muchos de esos "refugiados ambientales" irán por nuevas tierras o seguirán engordando las ciudades donde ya vivimos más de la mitad de los humanos.
"Estamos condenados si destruimos más bosques de los que ya hemos acabado", explicó a SEMANA Peter Bunyard, fundador de la revista británica The Ecologist. "El aumento promedio de 2 grados de temperatura en Colombia en las últimas décadas y la rapidez en el deshielo de los glaciares es en buena medida consecuencia de la deforestación, que ha acabado con el 50 por ciento de los bosques andinos en apenas medio siglo".
Poco optimismo
Casi nadie cree en la posibilidad de un Kyoto parte II, tras el fracaso por revivirlo en las conferencias previas en Copenhague y Cancún. Si en Durban los compromisos se renuevan hasta 2020 -el escenario más optimista pero el más remoto-, habrá un bache de varios años de firmas y arandelas que alargarían el vacío por varios años. "Ya no hay tiempo de poner la casa en orden", dijo Bunyard.
El bloqueo político surge en parte de la incongruencia entre la geografía de la negociación y la de las responsabilidades: China (el principal emisor de gases), Brasil (el principal talador de bosque tropical) e India (el segundo más poblado del mundo) juegan en el equipo de los países en desarrollo y sin obligaciones. Los desarrollados, como Japón, Canadá o los de la eurozona, no quieren someterse a reducir sus emisiones (y frenar el crecimiento de sus economías) si otros colosos contaminantes no se quitan el disfraz de oveja y entran en el juego. Ese es el mismo argumento que esgrimió hace 12 años Estados Unidos para no asumir esas obligaciones. Y de ahí nadie se mueve.
Ante la evidencia de un clima descompuesto y el impacto cada vez más trágico en la vida de la gente, los gobiernos tratarán de salvar la apariencia. El escenario más probable es que los países anuncien como gran victoria el asumir metas voluntarias de reducción de emisiones. En el fondo, ocultan la real derrota del sistema internacional. "Si no sirvieron las metas obligatorias, menos las voluntarias", dijo Rodríguez Becerra.
Del ahogado, el sombrero
Implícitamente, muchos países, entre ellos Colombia, reconocen que el mal ya está hecho y han cambiado el énfasis: en vez de apagar el incendio, aprendamos a vivir entre las llamas. "Nuestra posición es que la palabra adaptación debe ir con A mayúscula en las negociaciones", dijo una fuente de la delegación colombiana que pidió no ser nombrada.
Colombia y otros países del trópico que son más vulnerables a un clima extremo van tras el dinero y la tecnología. La mira está puesta en el Green Climate Fund, un jugoso fondo de 100.000 millones de dólares que prometieron financiar los países desarrollados para que los pobres sufran menos y cuiden, entre otros, las pocos bosques que aún albergan. Ban Ki-Moon, secretario general de la ONU, urgió hace pocos días a los países para que llenen cuanto antes las arcas de ese "cascarón vacío", pues bien sabe que medio mundo está quebrado.
Sin plata, sin tiempo y sin Kyoto, en la Conferencia de Durban los delegados del mundo no pueden permitirse, además, quedarse sin ideas.
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