Blanco&negro
PERSPECTIVAEl psicólogo Steven Pinker desafía el sentido común de la mayoría al asegurar en un nuevo libro que la época actual es el momento más pacífico de la historia.
Todo tiempo pasado fue peor
Sábado 15 Octubre 2011
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No hay por qué sentir nostalgia del pasado. Lo dice Steven Pinker, reconocido psicólogo evolucionista de la Universidad de Harvard y nombrado por la revista Time como una de las personas más influyentes del mundo. Según la tesis de su nuevo libro, titulado The Better Angels of our Nature (Los mejores ángeles de nuestra naturaleza), no solo el presente es mucho más pacífico de lo que la gente piensa, sino que el pasado fue mucho peor de lo que todos imaginaban.
Sin duda, es una idea difícil de vender para cualquiera que siga a diario las noticias: más de diez mil muertos en México por el narcotráfico, conflicto en Libia, el genocidio en Darfur, el conflicto en Afganistán o la masacre de Noruega, donde hace apenas tres meses un solo hombre acabó con la vida de 93 personas, hacen ver el mundo actual como un tiempo muy peligroso para vivir. Pero según la investigación de Pinker, el siglo XX, que para muchos fue el más sangriento de todos, es superado en términos de violencia por otras épocas, al punto que la Segunda Guerra Mundial, con sus 55 millones de muertos, no llega sino al puesto número 9 de su lista de los diez peores conflictos de la humanidad. El Holocausto judío, aun con todo lo aterrador que pudo ser, dice el experto, no puede ser comparado con la crueldad que se vivió durante las cruzadas, en las que murieron “un millón de personas en un mundo de 400 millones de habitantes. Es un índice de genocidio mucho mayor que el del Holocausto”, señaló el experto a The Daily Beast.
Pinker es consciente de que su tesis puede verse entre “alucinante y obscena”. Por eso, para argumentar su caso se armó de datos y en un tomo de más de novecientas páginas, llenas de cifras, documentos y gráficas, demuestra cómo hoy, por ejemplo, en Europa, el homicidio ha disminuido 35 veces respecto a las cifras de la Edad Media, y solo en Londres la tasa de asesinatos, que era de 100 por cada 100.000 en el siglo XIV, hoy es de apenas 2 por 100.000. En las sociedades cazadoras, los datos muestran que el riesgo de que un hombre muriera a manos de otro era de 60 por ciento. “Si esa cifra se hubiera mantenido, en el siglo XX habría habido 2.000 millones de muertos y no 100 millones”, señala el autor.
La exhaustiva investigación de Pinker lo llevó a buscar récords de criminalística arqueológica y con base en estos registros pudo encontrar que uno de cada seis hombres de la prehistoria murió de forma violenta. La Biblia, según el autor, es una gran celebración de la violencia. En el Imperio romano, medio millón de personas sufrieron muertes macabras como espectáculo en los coliseos, donde los gladiadores luchaban a muerte, se presentaban crucifixiones y los esclavos eran encadenados mientras un águila entrenada les arrancaba el hígado. “Mujeres desnudas eran atadas a una estaca y allí eran violadas o destrozadas por animales”, relata Pinker. El sufrimiento del otro era parte de la diversión. Pinker no entiende cómo a los hombres de la Edad Media les llamaban caballeros si violaban mujeres y mataban a diestra y siniestra. “Eran lo que hoy conocemos como señores de la guerra”, dice. La Inquisición fue el punto más alto de la tortura, y la cacería de brujas dejó otra gran cifra de mortandad.
En total, el experto encontró que hubo nueve guerras o hechos más cruentos que la Segunda Guerra Mundial, y la que encabeza la lista es la revuelta china de An Lushan en el año 755, que dejó 36 millones de muertos, lo que con la población de hoy sería equivalente a 429 millones de víctimas. Le siguen las conquistas de los mongoles, con 40 millones de muertes en el siglo XIII, y la caída de la dinastía Ming en el siglo XVII, con 25 millones. Y a pesar de que el siglo XXI empezó con los ataques del 11 de septiembre y las guerras en Irak y Afganistán, en la primera de estas solo murieron 150.000 personas, lo cual contrasta con los dos millones de Vietnam. Estos eventos son terribles, admite, pero “no pueden tomarse como señales de que las cosas van cada vez peor”. En general, hoy todas las formas de violencia, incluida la doméstica, han disminuido.
La ilusión de que el siglo XX fue el peor existe por las dos guerras y por la mala suerte de que, de forma simultánea, viviera un trío mortal compuesto por Josef Stalin, Adolfo Hitler y Mao Zedong. Pero, como indica el autor, lo peor sucedió en los primeros cincuenta años y, a partir de 1945, los Estados dejaron de enfrentarse entre ellos, un periodo que él llama la Paz Larga, durante el cual disminuyó la tendencia de violencia, seguido de otro periodo llamado la Nueva Paz, que empezó al terminar la Guerra Fría.
Otro argumento para pensar que el pasado fue mejor es la “miopía histórica”, por la cual la gente tiende a recordar más los detalles de épocas cercanas que de las pasadas, en parte gracias a que lo reciente está más documentado en los medios de comunicación. “Incluso hemos ampliado nuestro concepto de violencia y mi ejemplo favorito es el matoneo –dice el psicólogo–. Pensamos que el problema es peor aunque la verdad es que nos hemos sensibilizado”. De hecho, el gran logro de la humanidad, para Pinker, es que las formas de muerte que se usaban en la Edad Media, como la decapitación, el desmembramiento o el empalamiento, hoy produzcan repulsión en la gran mayoría.
No se llegó de un momento a otro a ese avance moral. El autor explica que cada paso hacia la civilización contribuyó de alguna manera a que el ser humano se alejara de la agresión. Pone como ejemplo el asentamiento de poblaciones nómadas; el surgimiento del Estado-nación, que monopolizó la fuerza y las armas; el establecimiento de la democracia, que, según sus datos, es una de las formas de gobierno más pacíficas; la proclamación de los Derechos Humanos y el empoderamiento de las mujeres. Incluso el comercio, que fomentó la cooperación entre países, y los medios masivos, que han ayudado a establecer una cultura global, han sido claves para que las cifras de violencia apunten hacia abajo.
En el plano individual, Pinker explica que el ser humano se debate entre el bien y el mal, que están representados por ángeles y demonios. Para fortuna de todos, los demonios, en los que se encuentran el sadismo, la venganza, el dominio sobre el otro, el beneficio propio y la violencia por ideología, han podido ser derrotados en gran parte por “los mejores ángeles de nuestra naturaleza”, que son la empatía, el autocontrol, la moral y la razón.
Para Pinker, este último ángel ha sido crucial porque a través de la razón el hombre ha entendido el origen de las cosas y el valor de la vida. Sostiene que la población en general se ha vuelto más inteligente y que existe una correlación entre el coeficiente intelectual de un presidente y las guerras, al punto que cada grado en esta medida de intelecto de un mandatario representa 13.440 muertos menos en un campo de batalla.
Pinker no está diciendo que haya llegado el fin de la violencia, sino que esta ha disminuido. Por ello, aunque es de esperar que se presenten casos atroces en el mundo por cambios sociales o ideológicos, el autor confía en que, así como otras veces, la humanidad va a ser capaz de reducirlos. Pinker desafía los peores pronósticos del futuro, que apuntan a un escenario difícil en el que las guerras aumentarán debido al cambio climático y a armas más sofisticadas como los drones. Señala que ha habido ejemplos, como los tsunamis de 2003 y 2011, en los que la desesperanza y la escasez de recursos no condujeron a guerras. En cuanto a las armas, señala que están sobrevaloradas como un factor de violencia, pues son más importantes “las intenciones de los humanos”. Muchos historiadores, como era de esperarse, lo han criticado por reducir a cifras episodios tan complejos del pasado. Pero lo cierto es que desmitificar el tiempo actual como el más violento de la historia es un motivo de júbilo y esperanza para quienes tienen la suerte de vivir en esta época.
Pinker es consciente de que su tesis puede verse entre “alucinante y obscena”. Por eso, para argumentar su caso se armó de datos y en un tomo de más de novecientas páginas, llenas de cifras, documentos y gráficas, demuestra cómo hoy, por ejemplo, en Europa, el homicidio ha disminuido 35 veces respecto a las cifras de la Edad Media, y solo en Londres la tasa de asesinatos, que era de 100 por cada 100.000 en el siglo XIV, hoy es de apenas 2 por 100.000. En las sociedades cazadoras, los datos muestran que el riesgo de que un hombre muriera a manos de otro era de 60 por ciento. “Si esa cifra se hubiera mantenido, en el siglo XX habría habido 2.000 millones de muertos y no 100 millones”, señala el autor.
La exhaustiva investigación de Pinker lo llevó a buscar récords de criminalística arqueológica y con base en estos registros pudo encontrar que uno de cada seis hombres de la prehistoria murió de forma violenta. La Biblia, según el autor, es una gran celebración de la violencia. En el Imperio romano, medio millón de personas sufrieron muertes macabras como espectáculo en los coliseos, donde los gladiadores luchaban a muerte, se presentaban crucifixiones y los esclavos eran encadenados mientras un águila entrenada les arrancaba el hígado. “Mujeres desnudas eran atadas a una estaca y allí eran violadas o destrozadas por animales”, relata Pinker. El sufrimiento del otro era parte de la diversión. Pinker no entiende cómo a los hombres de la Edad Media les llamaban caballeros si violaban mujeres y mataban a diestra y siniestra. “Eran lo que hoy conocemos como señores de la guerra”, dice. La Inquisición fue el punto más alto de la tortura, y la cacería de brujas dejó otra gran cifra de mortandad.
En total, el experto encontró que hubo nueve guerras o hechos más cruentos que la Segunda Guerra Mundial, y la que encabeza la lista es la revuelta china de An Lushan en el año 755, que dejó 36 millones de muertos, lo que con la población de hoy sería equivalente a 429 millones de víctimas. Le siguen las conquistas de los mongoles, con 40 millones de muertes en el siglo XIII, y la caída de la dinastía Ming en el siglo XVII, con 25 millones. Y a pesar de que el siglo XXI empezó con los ataques del 11 de septiembre y las guerras en Irak y Afganistán, en la primera de estas solo murieron 150.000 personas, lo cual contrasta con los dos millones de Vietnam. Estos eventos son terribles, admite, pero “no pueden tomarse como señales de que las cosas van cada vez peor”. En general, hoy todas las formas de violencia, incluida la doméstica, han disminuido.
La ilusión de que el siglo XX fue el peor existe por las dos guerras y por la mala suerte de que, de forma simultánea, viviera un trío mortal compuesto por Josef Stalin, Adolfo Hitler y Mao Zedong. Pero, como indica el autor, lo peor sucedió en los primeros cincuenta años y, a partir de 1945, los Estados dejaron de enfrentarse entre ellos, un periodo que él llama la Paz Larga, durante el cual disminuyó la tendencia de violencia, seguido de otro periodo llamado la Nueva Paz, que empezó al terminar la Guerra Fría.
Otro argumento para pensar que el pasado fue mejor es la “miopía histórica”, por la cual la gente tiende a recordar más los detalles de épocas cercanas que de las pasadas, en parte gracias a que lo reciente está más documentado en los medios de comunicación. “Incluso hemos ampliado nuestro concepto de violencia y mi ejemplo favorito es el matoneo –dice el psicólogo–. Pensamos que el problema es peor aunque la verdad es que nos hemos sensibilizado”. De hecho, el gran logro de la humanidad, para Pinker, es que las formas de muerte que se usaban en la Edad Media, como la decapitación, el desmembramiento o el empalamiento, hoy produzcan repulsión en la gran mayoría.
No se llegó de un momento a otro a ese avance moral. El autor explica que cada paso hacia la civilización contribuyó de alguna manera a que el ser humano se alejara de la agresión. Pone como ejemplo el asentamiento de poblaciones nómadas; el surgimiento del Estado-nación, que monopolizó la fuerza y las armas; el establecimiento de la democracia, que, según sus datos, es una de las formas de gobierno más pacíficas; la proclamación de los Derechos Humanos y el empoderamiento de las mujeres. Incluso el comercio, que fomentó la cooperación entre países, y los medios masivos, que han ayudado a establecer una cultura global, han sido claves para que las cifras de violencia apunten hacia abajo.
En el plano individual, Pinker explica que el ser humano se debate entre el bien y el mal, que están representados por ángeles y demonios. Para fortuna de todos, los demonios, en los que se encuentran el sadismo, la venganza, el dominio sobre el otro, el beneficio propio y la violencia por ideología, han podido ser derrotados en gran parte por “los mejores ángeles de nuestra naturaleza”, que son la empatía, el autocontrol, la moral y la razón.
Para Pinker, este último ángel ha sido crucial porque a través de la razón el hombre ha entendido el origen de las cosas y el valor de la vida. Sostiene que la población en general se ha vuelto más inteligente y que existe una correlación entre el coeficiente intelectual de un presidente y las guerras, al punto que cada grado en esta medida de intelecto de un mandatario representa 13.440 muertos menos en un campo de batalla.
Pinker no está diciendo que haya llegado el fin de la violencia, sino que esta ha disminuido. Por ello, aunque es de esperar que se presenten casos atroces en el mundo por cambios sociales o ideológicos, el autor confía en que, así como otras veces, la humanidad va a ser capaz de reducirlos. Pinker desafía los peores pronósticos del futuro, que apuntan a un escenario difícil en el que las guerras aumentarán debido al cambio climático y a armas más sofisticadas como los drones. Señala que ha habido ejemplos, como los tsunamis de 2003 y 2011, en los que la desesperanza y la escasez de recursos no condujeron a guerras. En cuanto a las armas, señala que están sobrevaloradas como un factor de violencia, pues son más importantes “las intenciones de los humanos”. Muchos historiadores, como era de esperarse, lo han criticado por reducir a cifras episodios tan complejos del pasado. Pero lo cierto es que desmitificar el tiempo actual como el más violento de la historia es un motivo de júbilo y esperanza para quienes tienen la suerte de vivir en esta época.
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