LA CRISIS ECONÓMICA MUNDIAL
La crisis del sistema capitalista mundial que estalló en el otoño del año 2008 aún no cesa y sus devastadores efectos han cobijado también a la Unión Europea. El Fondo Monetario Internacional, creado por los poderosos para ajustar a los débiles, terminó con sus recetas por convertirse en el árbitro de la misma. El rigor de sus planes de ajuste se ha hecho sentir sobre las debilitadas economías de Grecia, España, Portugal, Italia, Irlanda y, en general, sobre todo los países de la periferia europea, que compraron su prosperidad al debe y se endeudaron hasta el infinito en busca de la utopía de igualarse con las viejas potencias.
Las sucesivas reuniones del G8 y del G20 no atinan a dar con la solución. El debate que allí se libra tiene que ver con la contradicción entre las potencias dominantes para encontrar salidas. De una parte, los neoliberales contumaces quieren aprovecharla para proclamar a los cuatro vientos el fracaso del “Estado de Bienestar” y para imponer a los trabajadores y a los pueblos regresivas políticas que barran de una vez por todas con viejas conquistas alcanzadas. De otra, los vergonzantes neokeynesianos consideran que los gobiernos deben continuar emitiendo moneda para salvar primero a los banqueros y de esta manera al resto de la economía. Unos y otros se niegan a aceptar que el neoliberalismo ha fracasado estruendosamente.
En este orden de ideas se ha roto el espejismo de Obama. Ante el fracaso evidente de sus políticas, el incumplimiento de sus promesas electorales y el ahondamiento de la crisis económica, ha caído en desgracia, no sólo ante las cúpulas oligárquicas de republicanos y demócratas, sino ante las amplias masas de votantes que cada día ven más lejos sus infundadas expectativas. El panorama de la crisis económica en Estados Unidos es abrumador: un desempleo superior al 10%, una gran masa de trabajadores sometida a bárbaras formas de explotación bajo los empleos basura del "Justo a tiempo", una seguridad social en colapso y la reforma obamista, peor incluso que la ley 100, un país con un tremendo déficit fiscal y comercial, convertido en el más endeudado de la tierra y con un déficit energético cercano al 60% de sus necesidades cotidianas.
Obligado por las circunstancias intrínsecas a las rapaces leyes del imperialismo, Estados Unidos sólo puede seguir manteniendo su dominación sobre la base de las políticas de fuerza. En tal sentido, se ve forzado a desplegar su descomunal aparato militar-industrial, a ocupar bases en los cuatro puntos cardinales de la tierra, a reactivar sus agresivas flotas en todos los océanos y a actuar cada día con mayor arbitrariedad y unilateralismo para sacar adelante sus pretensiones frente a las potencias rivales.
A pesar del empantanamiento de los Estados Unidos en las guerras de Irak y Afganistán, Washington prepara, en compañía de Israel, su gendarme en Oriente Medio, una agresión a Irán bajo el pretexto de frenar el desarrollo nuclear de este país, sigue hostigando para reactivar la guerra en la península de Corea, contiende en el Asia Central metiendo sus manos en todos los conflictos regionales y étnicos para apuntalar su amenaza contra China y Rusia y porfía por el control hegemónico de África. Y en América Latina sigue en la brega por estabilizar su patio trasero tratando de aplacar el clima antiimperialista en la región, para lo cual Juan Manuel Santos, con su manguala, que no “Unidad Nacional”, funge como personero ideal de tal pretensión. Sin embargo, el imperialismo expande sus ejércitos y bases para notificar al continente su determinación indudable de acudir a la fuerza en caso necesario. Esto explica el apoyo abierto al Golpe de Estado en Honduras contra la legítima presidencia de Manuel Zelaya, la toma militar de Haití en enero del presente año aprovechando la tragedia del terremoto, la reactivación de la Cuarta Flota del Caribe, disuelta desde la década de los 50, la ocupación de Costa Rica con más de 7.000 soldados y 40 buques de guerra y la decisión de obtener en territorio colombiano la cesión de siete bases militares.
Sólo con la amenaza de la fuerza el imperialismo ha podido sostener la hegemonía del dólar como moneda mundial. Cada día es mayor la desconfianza frente a esta moneda. Su devaluación es imparable, como lo es su emisión desenfrenada, y por todas partes surgen propuestas alternativas entre los países para resolver sus intercambios por el viejo sistema de trueque o para diversificar sus reservas monetarias, previendo el inevitable colapso de una economía que sustenta su potencia en la dependencia del complejo militar-industrial y no en la producción para satisfacer realmente las necesidades fundamentales de la creciente población mundial.
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