Blanco&negro
PORTADALos debates sobre Cuba y la despenalización de la droga hacen que este evento en Cartagena no sea solo un saludo a la bandera.
¿Saldrá algo de la Cumbre de las Américas?
La Heroica recibirá a 33 presidentes, más de 300 empresarios, 1.000 actores sociales y 1.300 periodistas. |
Sábado 7 Abril 2012
Muy pocas veces en su historia, Colombia ha servido como escenario de un evento como la Cumbre de las Américas, que tendrá lugar el sábado y domingo de esta semana en Cartagena. La única referencia cercana es la Cumbre de presidentes de los Países No Alineados, que se llevó a cabo en 1995, en la que participaron un número de jefes de Estado similar a los que se esperan esta vez: 34.
Sin embargo, ahora, a diferencia de entonces, los asistentes serán más del doble (9.000), se harán tres cumbres de manera simultánea (la de presidentes, la de empresarios y la de actores sociales) y entre los invitados hay grandes protagonistas de la política del mundo occidental: los presidentes Barack Obama, de Estados Unidos; Dilma Rousseff, de Brasil, y Hugo Chávez, de Venezuela. Por eso, no le falta razón a la canciller, María Ángela Holguín, cuando insiste en que nunca antes se había hecho en el país una reunión de esta magnitud.
Hay quienes creen que las cumbres de presidentes no sirven para nada. Y pueden tener razón si lo que esperan es que el mundo cambie de un día para otro. Pero en este caso hay altas posibilidades de que se equivoquen.
Para comenzar, la cumbre tiene su propio significado para el gobierno de Juan Manuel Santos. Es un cierre con broche de oro de la primera mitad de su mandato en la que ha brillado su política exterior. Este será el primer escenario en el que Colombia podrá mostrar en toda su dimensión su nuevo empaque de país bisagra entre el norte y el sur del continente. Y la fotografía de Santos, tête à tête, con Obama y Dilma en el panel de cierre del encuentro de empresarios, se convertirá en el retrato que mejor ilustra su propósito de graduarse como líder regional.
Hasta la cumbre anterior, y por muchos años, Colombia era vista como un aliado irreductible de Estados Unidos en la región. Y en cuestión de meses, Santos logró darle un giro a esa imagen. No solo integró a Colombia en Unasur -la punta de lanza del antiimperialismo de nuevo cuño latinoamericano-, sino que dio la pelea para que Colombia presidiera ese organismo. Así, y dando una lección de realpolitik, se puso en un justo medio entre el norte y el sur. De tal suerte que, mientras en la cumbre anterior -en Trinidad y Tobago- la noticia era que el entonces presidente brasilero Lula da Silva proponía reunir a Chávez y Álvaro Uribe para que hicieran las paces en uno de sus tantos choques, esta vez el que llega como componedor es el propio presidente de Colombia.
Pero más allá del significado que tiene para Colombia de puertas para adentro, esta Cumbre de las Américas -la sexta- puede marcar un antes y un después para el continente. O por lo menos están dadas las condiciones para que de este cónclave salga humo blanco sobre dos hechos que han marcado su historia: el primero es si se le da o no el pase a Cuba para que asista a las próximas cumbres y el segundo es si se abre o no el debate sobre la prohibición de las drogas.
El marginamiento de Cuba del resto del continente, 53 años después de la Revolución cubana, ya no tiene sentido. Los principios que se invocaron para aislar a La Habana en 1962 -año en que Estados Unidos rompió relaciones y le aplicó el bloqueo- ya no tienen ninguna vigencia. En ese momento se habló de la defensa colectiva de la democracia en razón de que el comunismo se percibía como una amenaza universal. Por otra parte, el concepto que existía hace 50 años de exportar la revolución a través de entrenamiento militar o, incluso, apoyo armado a terceros países también dejó de existir. A nadie se le ocurre que Raúl Castro pueda tener tentaciones militares fuera de sus fronteras.
Otro argumento que se suma es que la justificación original para vetar a Cuba tenía algo de incongruente. Se hablaba de la defensa colectiva de la democracia, pero se olvidaba que uno de los pilares de la democracia es el pluralismo ideológico y el respeto de las diferencias y minorías. Si bien cuando esas minorías eran armadas se podía hacer una excepción, ahora, que no lo son, no solo no tiene mucho sentido marginarla, sino que va contra la misma democracia que se invoca.
El convencimiento de que es absurdo que Cuba esté por fuera es tal, que países claves como Brasil, Perú y Argentina le hicieron saber a la canciller María Ángela Holguín que no están dispuestos a volver a las cumbres donde no se incluya a Cuba. En otras palabras, la de Cartagena, seguramente, será la última reunión del club de mandatarios del continente que no cuente con la presencia de la isla de los Castro.
En cuanto al segundo tema, tal vez nunca antes como ahora se había llegado a una cumbre con un convencimiento, tan arraigado en las cabezas de muchos gobiernos, de que ha fracasado la guerra contra las drogas. O que, por lo menos, como se está combatiendo no es suficiente para neutralizar los enormes daños que produce y mucho menos para dar el golpe de gracia definitivo.
Hasta hace poco criticar la prohibición de las drogas parecía estar solo permitido a analistas o a líderes políticos retirados, como lo dijo hace unos días The Economist, haciendo referencia al informe de 2009 en el que los expresidentes Cardoso, Gaviria y Zedillo declararon que la guerra contra las drogas "fracasó". Sin embargo, la diferencia ahora es que presidentes en uso de sus funciones también han empezado a hablar. Felipe Calderón, de México, convocó a un "debate nacional" sobre la legalización, aunque luego dio reversa. Juan Manuel Santos, en noviembre pasado, fue mucho más allá en una entrevista: "Yo hablaría sobre la legalización de la marihuana y, más allá, si el mundo piensa que esa es la aproximación correcta". Y añadió: "Yo consideraría legalizar la cocaína si hay un consenso en el mundo". Unos días después, siete países de Centroamérica declararon que se tienen que explorar todas las alternativas posibles "incluyendo regulación o alternativas de mercado", haciendo eco a Otto Pérez que, cuando apenas estrenaba la banda presidencial de Guatemala, pidió abrir un debate que "vaya más allá" de la despenalización de la droga para "encontrar otras formas" de combatir el narcotráfico de manera más "eficiente". Y hasta Estados Unidos se pronunció: "Estamos contra la legalización, pero estamos, claro, dispuestos a debatir el tema", dijo un portavoz del Departamento de Estado.
A pesar de lo tímidas que puedan parecer esas palabras, en el terreno diplomático son un atrevimiento pocas veces visto. El hecho de que varios presidentes en ejercicio utilicen en voz alta la palabra legalización o que Estados Unidos diga que está dispuesto a debatir sobre el tema después de casi 10.000 millones de dólares en fumigación y guerra contra las drogas es un paso gigante.
¿Qué se espera que diga la Cumbre al respecto? Los que creen que va a salir una declaración que aboga por la despenalización se quedarán con los crespos hechos. Lo más probable es que se llegue a una fórmula para crear un grupo de trabajo efectivo. Eso quiere decir que, a diferencia de otros que ya existen en el sistema interamericano y que han brillado por su falta de resultados, el nuevo grupo plantearía una metodología de trabajo por escenarios para iniciar el debate de la legalización o la despenalización.
En la cumbre de Cartagena se vivirán, sin duda, unos días muy intensos. Tal vez pocas veces antes los jefes de Estado reunidos a nombre del continente representaban intereses y orígenes tan distintos. Hay dos militares golpistas (Chávez y Humala) y otro que participó en la firma de la paz (Otto Pérez Molina); tres antiguos guerrilleros (Dilma, Mujica y Ortega), otro que fue portavoz de otra guerrilla (Funes), un obispo (Lugo), un indígena (Evo), dos empresarios multimillonarios (Piñera y Martinelli), una viuda (Kirchner) y tres más que son una perfecta mezcla de política y tecnocracia (Laura Chinchilla, Leonel Fernández y Felipe Calderón). Y para acabar de ajustar, las dos potencias, la del norte y la del sur, están a cargo de 'minorías': un afroamericano (Obama) y una mujer (Dilma). Y todos ellos serán recibidos por Juan Manuel Santos.
Es difícil hoy pronosticar si los debates o las decisiones le van a dar respuesta al anhelo de algunos países. La Cumbre, como creen algunos, puede también terminar en una monumental charla de amigos, con una que otra ironía en el aire. Pero el solo hecho de que estén en juego esos dos temas -el de Cuba y las drogas- refleja una nueva coyuntura histórica: los dos son la constatación de hasta qué punto Estados Unidos ha perdido terreno en América Latina.
Washington -como lo haría cualquier otra potencia- siempre utiliza las cumbres para evangelizar sobre su propia concepción del mundo. Precisamente, en 1994, Bill Clinton creó la Cumbre de las Américas cuando el sueño del Tío Sam era hacer de todo el continente un solo mercado, que se llamaría el Alca, y que -en teoría- acabaría con la pobreza. Para lograr ese propósito, debía despejarse cualquier reducto de gobierno autoritario en el continente que limitara la libertad que exigía dicho mercado (léase Cuba). Por eso, en la tercera Cumbre, en Quebec (2001), se introdujo la "cláusula democrática". De eso hace apenas diez años.
En la cumbre de Mar del Plata, en 2005, se empezó a voltear la torta. Mercosur se le plantó a la idea del Alca y Hugo Chávez, más a su estilo, la mandó 'al carajo', aunque, para decir la verdad, ya para ese entonces era claro que al Congreso de Estados Unidos no le interesaba. Washington se dedicó a hacer tratados país por país (Chile, Perú, Colombia, Panamá) y con regiones (Centroamérica).
Lo cierto es que hoy, tres lustros después de creada, la Cumbre de las Américas no cumplió su principal cometido. Y por el contrario, los dos temas que se perfilan como protagónicos en Cartagena encarnan de cierta manera principios casi opuestos a los que inspiraron a la Casa Blanca en ese entonces.
De un lado, abrir el debate sobre las drogas le pega al corazón de la cultura prohibicionista y moralista que en esta materia ha hecho carrera en Estados Unidos. Y el eventual ingreso de Cuba abre también la puerta al reconocimiento de que en Latinoamérica la 'democracia' ya no es una sola. ¿Un país se considera democrático por el solo hecho de que tiene elecciones populares? ¿O qué tan lejos está de ella un país como Nicaragua, en el que Daniel Ortega pudo reelegirse a pesar de que su Constitución no se lo permitía? ¿O qué pasa en el caso de Ecuador, Venezuela y Bolivia, en donde el contrapeso de poderes como el judicial o el electoral se han neutralizado y podrían conducir a lo que se llamaría dictadura constitucional? No es gratuito que quienes más invocan el ingreso de Cuba son países que han hecho su propia interpretación de la democracia.
Sin duda, la arquitectura institucional que ideó Estados Unidos para las Américas desde hace más de medio siglo se ha ido trasfigurando. No en vano la OEA, como decía el analista Moisés Naím, es hoy "la Somalia de los organismos internacionales".
Lo más paradójico es que el propio Barack Obama estaría dispuesto a sumarse a América Latina en estas dos nuevas cruzadas. Pero el timing no es el mejor. Obama se juega su reelección el próximo 6 de noviembre y cualquier gesto que haga en favor de uno u otro tema sería automáticamente interpretado como una muestra de debilidad y sería un verdadero 'papayazo' para los republicanos, que son los que se están encargando, por ahora, de hacer los autogoles.
Las cumbres van poniendo puntos o comas o signos de interrogación a la historia. Y la Cumbre de las Américas de Cartagena será la que ratifique que América Latina dejó de ser el patio trasero de Estados Unidos o, por lo menos, que los dueños ya le pusieron llave.
La cumbre en números
Los seis ‘temas’
Si bien los temas que darán que hablar en la sexta Cumbre de las Américas son el reintegro de Cuba y la despenalización de las drogas, los temas oficiales son otros. Lo interesante en esta Cumbre es que la canciller María Ángela Holguín ha querido que cada uno tenga una meta clara y un presupuesto. Así, por ejemplo, en el caso de pobreza, la meta es cerrar la brecha de internet de los niños en zonas de mayor pobreza y en territorios alejados de las grandes ciudades. En otro tema, el de integración física, se tiene ya asegurado el acompañamiento del BID para los proyectos que se planteen. Los otros son seguridad, tecnología, desastres naturales y cooperación solidaria.
Las tres cumbres
En el marco de la Cumbre, en realidad, se llevarán a cabo tres reuniones paralelas. Entre lunes y jueves se reunirán cerca de 1.000 actores sociales (pueblos indígenas, jóvenes emprendedores y organizaciones no gubernamentales) en el foro social. Esta es una respuesta a organizaciones de la sociedad civil que en otras cumbres han protestado porque no son tenidos en cuenta. El viernes y sábado se reunirán entre 300 y 500 empresarios del continente para estrechar lazos y pensar estrategias público-privadas. Y el sábado se dará inicio formal a la reunión de presidentes –que dura un día y medio– y termina con un retiro privado entre los mandatarios, al que no tendrán acceso ni siquiera los cancilleres. Todo termina el domingo 15 de abril.
Los mil de Obama
En total, entre delegados, periodistas y asistentes, se esperan 10.000 personas en Cartagena. De ellos, Estados Unidos, la delegación de Obama, aporta 1.000. ¿Cuántos de ellos son agentes de seguridad? Como referencia, se puede decir que cuando Obama visitó Londres lo cuidaron 200 hombres.
Uno ausente
El único presidente que canceló es Rafael Correa, de Ecuador. Primero, promovió el boicot a la Cumbre si no era invitada Cuba. Luego, cuando no recibió el apoyo de ningún otro país, lo estuvo pensando. Y el martes pasado anunció: “mientras sea presidente de Ecuador, no asistiré a ninguna Cumbre de las Américas”.
Hay quienes creen que las cumbres de presidentes no sirven para nada. Y pueden tener razón si lo que esperan es que el mundo cambie de un día para otro. Pero en este caso hay altas posibilidades de que se equivoquen.
Para comenzar, la cumbre tiene su propio significado para el gobierno de Juan Manuel Santos. Es un cierre con broche de oro de la primera mitad de su mandato en la que ha brillado su política exterior. Este será el primer escenario en el que Colombia podrá mostrar en toda su dimensión su nuevo empaque de país bisagra entre el norte y el sur del continente. Y la fotografía de Santos, tête à tête, con Obama y Dilma en el panel de cierre del encuentro de empresarios, se convertirá en el retrato que mejor ilustra su propósito de graduarse como líder regional.
Hasta la cumbre anterior, y por muchos años, Colombia era vista como un aliado irreductible de Estados Unidos en la región. Y en cuestión de meses, Santos logró darle un giro a esa imagen. No solo integró a Colombia en Unasur -la punta de lanza del antiimperialismo de nuevo cuño latinoamericano-, sino que dio la pelea para que Colombia presidiera ese organismo. Así, y dando una lección de realpolitik, se puso en un justo medio entre el norte y el sur. De tal suerte que, mientras en la cumbre anterior -en Trinidad y Tobago- la noticia era que el entonces presidente brasilero Lula da Silva proponía reunir a Chávez y Álvaro Uribe para que hicieran las paces en uno de sus tantos choques, esta vez el que llega como componedor es el propio presidente de Colombia.
Pero más allá del significado que tiene para Colombia de puertas para adentro, esta Cumbre de las Américas -la sexta- puede marcar un antes y un después para el continente. O por lo menos están dadas las condiciones para que de este cónclave salga humo blanco sobre dos hechos que han marcado su historia: el primero es si se le da o no el pase a Cuba para que asista a las próximas cumbres y el segundo es si se abre o no el debate sobre la prohibición de las drogas.
El marginamiento de Cuba del resto del continente, 53 años después de la Revolución cubana, ya no tiene sentido. Los principios que se invocaron para aislar a La Habana en 1962 -año en que Estados Unidos rompió relaciones y le aplicó el bloqueo- ya no tienen ninguna vigencia. En ese momento se habló de la defensa colectiva de la democracia en razón de que el comunismo se percibía como una amenaza universal. Por otra parte, el concepto que existía hace 50 años de exportar la revolución a través de entrenamiento militar o, incluso, apoyo armado a terceros países también dejó de existir. A nadie se le ocurre que Raúl Castro pueda tener tentaciones militares fuera de sus fronteras.
Otro argumento que se suma es que la justificación original para vetar a Cuba tenía algo de incongruente. Se hablaba de la defensa colectiva de la democracia, pero se olvidaba que uno de los pilares de la democracia es el pluralismo ideológico y el respeto de las diferencias y minorías. Si bien cuando esas minorías eran armadas se podía hacer una excepción, ahora, que no lo son, no solo no tiene mucho sentido marginarla, sino que va contra la misma democracia que se invoca.
El convencimiento de que es absurdo que Cuba esté por fuera es tal, que países claves como Brasil, Perú y Argentina le hicieron saber a la canciller María Ángela Holguín que no están dispuestos a volver a las cumbres donde no se incluya a Cuba. En otras palabras, la de Cartagena, seguramente, será la última reunión del club de mandatarios del continente que no cuente con la presencia de la isla de los Castro.
En cuanto al segundo tema, tal vez nunca antes como ahora se había llegado a una cumbre con un convencimiento, tan arraigado en las cabezas de muchos gobiernos, de que ha fracasado la guerra contra las drogas. O que, por lo menos, como se está combatiendo no es suficiente para neutralizar los enormes daños que produce y mucho menos para dar el golpe de gracia definitivo.
Hasta hace poco criticar la prohibición de las drogas parecía estar solo permitido a analistas o a líderes políticos retirados, como lo dijo hace unos días The Economist, haciendo referencia al informe de 2009 en el que los expresidentes Cardoso, Gaviria y Zedillo declararon que la guerra contra las drogas "fracasó". Sin embargo, la diferencia ahora es que presidentes en uso de sus funciones también han empezado a hablar. Felipe Calderón, de México, convocó a un "debate nacional" sobre la legalización, aunque luego dio reversa. Juan Manuel Santos, en noviembre pasado, fue mucho más allá en una entrevista: "Yo hablaría sobre la legalización de la marihuana y, más allá, si el mundo piensa que esa es la aproximación correcta". Y añadió: "Yo consideraría legalizar la cocaína si hay un consenso en el mundo". Unos días después, siete países de Centroamérica declararon que se tienen que explorar todas las alternativas posibles "incluyendo regulación o alternativas de mercado", haciendo eco a Otto Pérez que, cuando apenas estrenaba la banda presidencial de Guatemala, pidió abrir un debate que "vaya más allá" de la despenalización de la droga para "encontrar otras formas" de combatir el narcotráfico de manera más "eficiente". Y hasta Estados Unidos se pronunció: "Estamos contra la legalización, pero estamos, claro, dispuestos a debatir el tema", dijo un portavoz del Departamento de Estado.
A pesar de lo tímidas que puedan parecer esas palabras, en el terreno diplomático son un atrevimiento pocas veces visto. El hecho de que varios presidentes en ejercicio utilicen en voz alta la palabra legalización o que Estados Unidos diga que está dispuesto a debatir sobre el tema después de casi 10.000 millones de dólares en fumigación y guerra contra las drogas es un paso gigante.
¿Qué se espera que diga la Cumbre al respecto? Los que creen que va a salir una declaración que aboga por la despenalización se quedarán con los crespos hechos. Lo más probable es que se llegue a una fórmula para crear un grupo de trabajo efectivo. Eso quiere decir que, a diferencia de otros que ya existen en el sistema interamericano y que han brillado por su falta de resultados, el nuevo grupo plantearía una metodología de trabajo por escenarios para iniciar el debate de la legalización o la despenalización.
En la cumbre de Cartagena se vivirán, sin duda, unos días muy intensos. Tal vez pocas veces antes los jefes de Estado reunidos a nombre del continente representaban intereses y orígenes tan distintos. Hay dos militares golpistas (Chávez y Humala) y otro que participó en la firma de la paz (Otto Pérez Molina); tres antiguos guerrilleros (Dilma, Mujica y Ortega), otro que fue portavoz de otra guerrilla (Funes), un obispo (Lugo), un indígena (Evo), dos empresarios multimillonarios (Piñera y Martinelli), una viuda (Kirchner) y tres más que son una perfecta mezcla de política y tecnocracia (Laura Chinchilla, Leonel Fernández y Felipe Calderón). Y para acabar de ajustar, las dos potencias, la del norte y la del sur, están a cargo de 'minorías': un afroamericano (Obama) y una mujer (Dilma). Y todos ellos serán recibidos por Juan Manuel Santos.
Es difícil hoy pronosticar si los debates o las decisiones le van a dar respuesta al anhelo de algunos países. La Cumbre, como creen algunos, puede también terminar en una monumental charla de amigos, con una que otra ironía en el aire. Pero el solo hecho de que estén en juego esos dos temas -el de Cuba y las drogas- refleja una nueva coyuntura histórica: los dos son la constatación de hasta qué punto Estados Unidos ha perdido terreno en América Latina.
Washington -como lo haría cualquier otra potencia- siempre utiliza las cumbres para evangelizar sobre su propia concepción del mundo. Precisamente, en 1994, Bill Clinton creó la Cumbre de las Américas cuando el sueño del Tío Sam era hacer de todo el continente un solo mercado, que se llamaría el Alca, y que -en teoría- acabaría con la pobreza. Para lograr ese propósito, debía despejarse cualquier reducto de gobierno autoritario en el continente que limitara la libertad que exigía dicho mercado (léase Cuba). Por eso, en la tercera Cumbre, en Quebec (2001), se introdujo la "cláusula democrática". De eso hace apenas diez años.
En la cumbre de Mar del Plata, en 2005, se empezó a voltear la torta. Mercosur se le plantó a la idea del Alca y Hugo Chávez, más a su estilo, la mandó 'al carajo', aunque, para decir la verdad, ya para ese entonces era claro que al Congreso de Estados Unidos no le interesaba. Washington se dedicó a hacer tratados país por país (Chile, Perú, Colombia, Panamá) y con regiones (Centroamérica).
Lo cierto es que hoy, tres lustros después de creada, la Cumbre de las Américas no cumplió su principal cometido. Y por el contrario, los dos temas que se perfilan como protagónicos en Cartagena encarnan de cierta manera principios casi opuestos a los que inspiraron a la Casa Blanca en ese entonces.
De un lado, abrir el debate sobre las drogas le pega al corazón de la cultura prohibicionista y moralista que en esta materia ha hecho carrera en Estados Unidos. Y el eventual ingreso de Cuba abre también la puerta al reconocimiento de que en Latinoamérica la 'democracia' ya no es una sola. ¿Un país se considera democrático por el solo hecho de que tiene elecciones populares? ¿O qué tan lejos está de ella un país como Nicaragua, en el que Daniel Ortega pudo reelegirse a pesar de que su Constitución no se lo permitía? ¿O qué pasa en el caso de Ecuador, Venezuela y Bolivia, en donde el contrapeso de poderes como el judicial o el electoral se han neutralizado y podrían conducir a lo que se llamaría dictadura constitucional? No es gratuito que quienes más invocan el ingreso de Cuba son países que han hecho su propia interpretación de la democracia.
Sin duda, la arquitectura institucional que ideó Estados Unidos para las Américas desde hace más de medio siglo se ha ido trasfigurando. No en vano la OEA, como decía el analista Moisés Naím, es hoy "la Somalia de los organismos internacionales".
Lo más paradójico es que el propio Barack Obama estaría dispuesto a sumarse a América Latina en estas dos nuevas cruzadas. Pero el timing no es el mejor. Obama se juega su reelección el próximo 6 de noviembre y cualquier gesto que haga en favor de uno u otro tema sería automáticamente interpretado como una muestra de debilidad y sería un verdadero 'papayazo' para los republicanos, que son los que se están encargando, por ahora, de hacer los autogoles.
Las cumbres van poniendo puntos o comas o signos de interrogación a la historia. Y la Cumbre de las Américas de Cartagena será la que ratifique que América Latina dejó de ser el patio trasero de Estados Unidos o, por lo menos, que los dueños ya le pusieron llave.
La cumbre en números
Los seis ‘temas’
Si bien los temas que darán que hablar en la sexta Cumbre de las Américas son el reintegro de Cuba y la despenalización de las drogas, los temas oficiales son otros. Lo interesante en esta Cumbre es que la canciller María Ángela Holguín ha querido que cada uno tenga una meta clara y un presupuesto. Así, por ejemplo, en el caso de pobreza, la meta es cerrar la brecha de internet de los niños en zonas de mayor pobreza y en territorios alejados de las grandes ciudades. En otro tema, el de integración física, se tiene ya asegurado el acompañamiento del BID para los proyectos que se planteen. Los otros son seguridad, tecnología, desastres naturales y cooperación solidaria.
Las tres cumbres
En el marco de la Cumbre, en realidad, se llevarán a cabo tres reuniones paralelas. Entre lunes y jueves se reunirán cerca de 1.000 actores sociales (pueblos indígenas, jóvenes emprendedores y organizaciones no gubernamentales) en el foro social. Esta es una respuesta a organizaciones de la sociedad civil que en otras cumbres han protestado porque no son tenidos en cuenta. El viernes y sábado se reunirán entre 300 y 500 empresarios del continente para estrechar lazos y pensar estrategias público-privadas. Y el sábado se dará inicio formal a la reunión de presidentes –que dura un día y medio– y termina con un retiro privado entre los mandatarios, al que no tendrán acceso ni siquiera los cancilleres. Todo termina el domingo 15 de abril.
Los mil de Obama
En total, entre delegados, periodistas y asistentes, se esperan 10.000 personas en Cartagena. De ellos, Estados Unidos, la delegación de Obama, aporta 1.000. ¿Cuántos de ellos son agentes de seguridad? Como referencia, se puede decir que cuando Obama visitó Londres lo cuidaron 200 hombres.
Uno ausente
El único presidente que canceló es Rafael Correa, de Ecuador. Primero, promovió el boicot a la Cumbre si no era invitada Cuba. Luego, cuando no recibió el apoyo de ningún otro país, lo estuvo pensando. Y el martes pasado anunció: “mientras sea presidente de Ecuador, no asistiré a ninguna Cumbre de las Américas”.
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