Blanco&negro
Laura Restrepo: “Los ciudadanos tendrán que poner alma a la firma de paz en Colombia”
por Rubén Caravaca
Los Acuerdos de la Paz suscritos entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y la FARC, que se han firmado este lunes en Cartagena de Indias con gran solemnidad y se someterán a referéndum el próximo 2 de octubre, son un buen motivo para conversar con ella. Hablamos con una de las personalidades más importantes de la actual literatura latinoamericana. En sus textos refleja realidades muy próximas y su compromiso permanente con la izquierda y el pueblo. Ha obtenido varios premios literarios, entre ellos el Alfaguara de Novela (2004) por ‘‘Delirio’ y formó parte de la Comisión de Paz, Diálogo y Verificación durante las negociaciones entre el gobierno de Betancur y la guerrilla M-19, lo que le supuso después el exilio. Una voz autorizada y valiente para hablar de lo que acontece en su país.
¿Periodista, activista o escritora?
De todo, como en botica.
¿Imperan ciertos tabúes a la hora de escribir? ¿Temas intratables? ¿Censura preventiva?
Hubo momentos difíciles en que tuve que traducir reportajes y hechos reales a ficción, para poder publicar y al mismo tiempo cubrirme la espalda. No es mala fórmula, al fin y al cabo: anuncias mentiras, pero dices verdades. Al lector no se le escapan las reglas tácitas de ese juego. No será óptimo, pero en todo caso es mejor que la fórmula contraria, tan socorrida en los medios masivos: anunciar verdades y decir mentiras.
¿Falta lirismo en la sociedad colombiana? ¿Y en su literatura?
Lirismo no falta; la nuestra es tierra de excelentes poetas. ¿Pero qué pasa con la novela? A la novela le falta intimidad, diría yo. Cotidianidad. Hemos vivido en medio de tanta guerra y violencia, lidiando con hechos tan aparatosos y ruidosos, que el susurro de la intimidad se nos escapa. La cotidianidad, sustancia básica de una literatura como la anglosajona, entre nosotros no pelecha. A lo mejor ni la conocemos; vivimos montados en una película de acción, y en buena medida así es como escribimos. Creo que en general los latinoamericanos somos buenos para las tramas movidas: las montañas rusas de la literatura. Nos vamos tras lo vistoso, lo panorámico y lo extremo. No creo que sea culpa nuestra; supongo que es algo que pasa cuando vives saltando matones (palabra que vale por matorrales, pero en algunos casos también por criminales). A ver cuándo nos adecuamos a las sutilezas de lo que sucede a puerta cerrada y sotto voce.
Héroes de novelas, de telenovelas, canciones, narcos, guerrilleros. ¿Todo ello forma parte de un singular imaginario patriota?
Por ahí va. Los hechos externos nos avasallan. ¿Recuerdas ese título de Vargas Llosa, La guerra del fin del mundo? Pues eso, pero en el día a día. ¿Indios y vaqueros en el Far West? Narcos y guerrilleros en nuestras novelas.
¿Cierta colombianidad apegada a la épica?
Ya reconocí la falta, ya depárame el perdón. Pero es verdad, tú lo has dicho. Solo que no es exclusividad colombiana. Mira no más cómo se llama la obra póstuma de Carlos Fuentes, una novela sobre Carlos Pizarro, quien fuera comandante guerrillero colombiano. ¿Ya adivinaste? Pues sí, se llama Aquiles. Épica a todo trapo.
¿Colombia está más cerca del Sagrado Corazón o de Bolívar?
Lo nuestro es el Sagrado Corazón de Bolívar, una mezcla de mucho pálpito y de intensidad inmanejable.
¿El Proceso de Paz tiene una cierta teatralidad? ¿Hay muchas posturas e imposturas?
Para empezar, es un episodio extraordinario e históricamente significativo. Imagínate, pactar el fin de 60 años de guerra con un grupo tan afianzado territorialmente y con tanto poder de fuego como han sido las FARC. Estamos hablando de una guerra brutal por parte y parte, que no ha dejado a nadie ileso. No por nada la mayoría de los colombianos anhelan y celebran el fin de ese eterno conflicto armado.
Punto aparte. Ahora, dicho eso, y depositando un rotundo sí a la paz en el referendo, entonces sí, cabe expresar incertidumbres. El Presidente Santos es quien es, viene de la dinastía que viene y, pese a su apellido, no cabe esperar milagros. Y las FARC también se las traen: es bien conocida su originaria filiación estalinista y la inmensa maquinaria de negocios que montaron con base en el tráfico y el secuestro. De donde se deduce que si el grueso de la población colombiana no se apersona y se apasiona por exigir que se cumplan los pactos de paz –en el día a día, en lo concreto, punto por punto-, estos pueden quedarse, como dices, en la teatralidad del gesto.
Toma no más uno de los puntos del acuerdo: restitución de las tierras arrebatadas y reparación de las víctimas. Estamos hablando de millones de hectáreas y de miles y miles de huérfanos, de viudas, de soldados sin piernas por las minas antipersonales, de familias arrojadas al desplazamiento y la miseria. Que este solo punto se cumpla, requiere una metamorfosis de nuestra sustancia atávica; una reversión material y espiritual de arraigadas tendencias a la autodestrucción. Un vuelco total: en lo político, en lo económico, en lo moral.
¿Quién puede quedar excluido?
Por importante que sea esta firma –y sin duda lo es-, hoy no se está pactando la paz, sino una paz. Falta que también depongan las armas otros grupos guerrilleros como el ELN. Más los paramilitares; los narcos; la delincuencia común y la de cuello blanco. Para no hablar de esas organizaciones feroces llamadas Bacrim, que hoy agrupan a lo más virulento de todo lo anterior. Para volver a lo que hablábamos antes, falta desmontar toda la épica. Tampoco habrá paz sin justicia social, sin bienestar para la población, sin presencia del Estado en todo el territorio nacional, sin depuración de las Fuerzas Armadas, sin ponerle fin a la plaga de la corrupción, a la concentración de tierras… Y por ahí, dale y dale. Los colombianos no somos conformistas. Tenemos vocación de felicidad. El país no se va a tranquilizar hasta que su gente no viva dignamente.
Las armas dejarán de usarse, pero la mata seguirá matando. ¿La comercialización puede ser un nuevo marco de resistencia?
En este punto no habrá solución en tanto el mundo no se pellizque. La solución habrá que encontrarla a nivel global y de conjunto. Mientras la droga esté prohibida, significará sobreprecio, ganancias extraordinarias y ríos de sangre. En tanto haya consumo, habrá producción. Si hay tanto experto en las leyes del mercado, ¿cómo es posible que esto no se asuma? No se asume por la utilidad que la llamada Guerra contra la droga reporta en términos de guerra contra la protesta y el descontento. No se asume porque no solo los narcos se benefician del negocio; basta con recordar cómo los Generales norteamericanos armaban a la Contra con dinero de la droga. Cuando voy a Estados Unidos y en alguna entrevista me preguntan sobre el tema, yo siempre les digo lo mismo: Ustedes van a acabar legalizando la droga, como en su momento lo hicieron con el alcohol. De hecho, después de haber implicado tanta masacre, hoy la marihuana es prácticamente legal en Estados Unidos. Y el día en que la droga se discriminalice, ¿alguien se va a acordar de países como Colombia o México, que se ahogaron en sangre y se desvertebraron en cuanto naciones por cuenta del narcotráfico y de la Guerra contra la Droga?
Injusticia social, multinacionales expoliando parte de las riquezas naturales, derecho al agua, a la tierra… La diversidad como riqueza. ¿Hay peligro de que todo ello pase a cierto olvido en nombre de la Paz?
Parte del proyecto gubernamental pasa por abrirles las puertas a unas multinacionales que vendrán a expoliar y a ocasionar desastres ecológicos. En alguna medida, si algo las mantenía a raya, era el temor a las FARC, que dominaba una parte importante del territorio que hoy queda a su disposición. ¿Tendrán ahora patente de corso? Ya se le está dando vía libre a la minería a cielo descubierto, por ejemplo, con terribles consecuencias ambientales.
¿El Uribismo existirá sin conflictos armados?
El uribismo querrá encargarse de que los conflictos armados no cesen. El odio es su razón de ser y la violencia es su método.
La minga, las caminatas nocturnas, la recuperación de espacios ciudadanos como Rock al Parque y otras iniciativas mostraron otras vías para resolver contiendas. ¿Cómo crees que se gestionará el posconflicto tras los acuerdos de La Habana?
La movilización ciudadana es la única garante de que el acuerdo no quede en el papel. La gente, toda la gente, tendrá que estar alerta, decidida, activa, a la hora de exigir su derecho a la vida y a la paz. El Presidente Santos y los Comandantes de las FARC han cumplido honrosamente con su parte. Pero los protagonistas de la Historia son los pueblos. Hoy el poder legal y el insurrecto se comprometen con el fin de la guerra. Pero tendrán que ser los ciudadanos quienes le pongan alma a la firma, la impulsen en su verdadero alcance y la lleven hasta el logro de un destino señalado. Hagamos la paz: un verbo que se conjuga en plural.
El M19 sustrajo de un museo de Bogotá la espada de Bolívar al grito de “Bolívar, vuelve a la lucha”. En un comunicado anunciabais “La espada de Bolívar está en manos del pueblo”. ¿Cómo fue aquella experiencia pasados 40 años? ¿Mereció la pena?
Fue una bonita gesta, y significó una explosión nacional de expectativas y de entusiasmo. Para mí la prueba de que valió la pena ese primer proceso latinoamericano de paz, el del M-19 en los años ochenta, es el hecho de que desembocó en un proceso constituyente y en una nueva Constitución, la del 91, que significó una importante consolidación democrática. Si alguien duda del nexo que existió entre estos dos caminos, el de las negociaciones de paz y el constituyente, basta con recordarle que el M-19 ganó, mediante elecciones populares, la mayoría de escaños en la Asamblea Constituyente, y que uno de sus comandantes –uno de los pocos que salió con vida de la experiencia del desarme-, hizo parte del triunvirato que ejerció su presidencia.
El M19 fue una guerrilla peculiar, de estudiantes, urbana, más internacionalista que nacionalista. ¿Su singularidad motivó ser los primeros en negociar y abandonar las armas?
El M-19 fue una guerrilla muy singular, tanto para lo bueno como para lo malo. ¿Lo bueno? A diferencia del resto de la izquierda, era una agrupación alegre, no sectaria, amplia, invitadora, excelente propagandista, no encerrada en discusiones programáticas, fiestera, conectada con el sentir popular. ¿Lo malo? Todo lo anterior.
La ruptura de las negociaciones Gobierno-M19 te obligó a exiliarte un tiempo en Madrid. ¿Para cuándo un relato sobre aquellos años?
Casi enseguida (1986) publiqué un libro donde relataba esa experiencia tan movida; tan fascinante para todos nosotros, pese a lo violenta y traumática. Al principio, en los años feroces que siguieron a la ruptura de los acuerdos, el título que le puse a ese libro fueHistoria de una traición. Muchos de los que depusieron armas habían sido asesinados, los medios de comunicación tapaban los hechos con un silencio hermético, los que corrimos con suerte andábamos en el exilio. La sensación, apabullante, era de soledad, tristeza y derrota. Años después, en una reedición posterior, cambié el título de ese libro por Historia de un entusiasmo. ¿La razón? Pese a lo que parecía una derrota, el curso de los acontecimientos no se detenía. Aunque en sordina, la paz seguía abriéndose camino, buscaba nuevas salidas, lograba otra vez presencia. Lo que quedaba marcado en la memoria de aquella primera aventura, era el poderoso recuerdo de un momento de entusiasmo colectivo. Me gusta esa palabra, entusiasmo, que por etimología apunta a una exaltación excepcional del ánimo ante algo superior a ti mismo.
Pero tienes razón, a ese libro le falta el capítulo de Madrid, que ocurrió en los tiempos gloriosos de la apertura democrática española. De las manifestaciones multitudinarias a la tarde, en la noche pasábamos a los bares y de ahí directo a la amanecida con chocolate y churros en la Plaza Mayor. Cómo no, sería bueno contar aquello.
¿Tiempos de esperanza?
Me gusta un latinajo, que tomo por lema: Nec spec, nec metu. Ni esperanza, ni temo
TOMADO DIARIO PUBLICO.ES/SPT/28-2016
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